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George Bush presidió Estados Unidos entre 2000 y 2008.
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Ante la ineficacia de las políticas keynesianas una nueva ortodoxia económica se impuso en el decenio de los años ochenta, el neoliberalismo, cuyos máximos representantes fueron el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, y la primera ministra británica Margaret Thatcher. Ronald Reagan abanderó la revolución conservadora. Un programa que en política exterior propugnaba el restablecimiento de la cuestionada supremacía norteamericana y en política interior el saneamiento de una debilitada económica, mediante el catecismo del neoliberalismo sintetizado en la fórmula de menos estado y más sociedad, por el que se pretendía relanzar la economia a partir de la iniciativa individual, a través de la bajada de los impuestos y la reducción del déficit público, merced a la disminución del papel del Estado en la economia, frente a la tradición del Welfare State inaugurada con el New Deal de los años treinta.
Los nuevos conservadores postulaban que las ayudas sociales reproducían la marginación y la pobreza, porque destruían la iniciativa de los individuos acostumbrados a vivir de la asistencia social. El fin del optimismo de los sesenta dejó paso a un sentimiento de desconfianza hacia el futuro que alimentó la aparición y auge de las sectas protestantes fundamentalistas, a través de los telepredicadores, que clamaban por un retorno a los valores puritanos del pasado frente a la liberalización de las costumbres de los años sesenta. Ley y orden, familia, religión y moral tradicional se ofrecían como solución al incierto futuro.
El presidente Reagan encarnaba los principios y presupuestos de la revolución neoconservadora en marcha. Sin embargo, esta política no cosechó los resultados esperados, la razón fundamental estribó en la política exterior de la presidencia Reagan. Estados Unidos había sufrido en los años setenta fuertes descalabros militares y políticos con la derrota del Vietnam y la revolución iraní, que habían erosionado su posición en el mundo. Decidido a restablecer el liderazgo internacional de los Estados Unidos, el presidente Reagan se embarcó en una política de incremento de los gastos de defensa, sintetizada en su proyecto conocido como guerra de las galaxias que disparó los déficits presupuestarios.
La reducción de la inflación y el aumento continuado de los gastos de defensa permitieron la recuperación de la crisis económica de 1981-82, iniciándose una expansión que se prolongó hasta finales de su presidencia en 1988. Fueron los años del culto al dinero y del éxito fácil, la llamada época de los yuppies. Pero el crecimiento se asentaba sobre unas bases frágiles: un dólar fuerte y un crecimiento descontrolado de los déficits internos y externos, que generaron una espiral especulativa alimentada desde la Bolsa, con operaciones millonarias de enorme riesgo. Finalmente la burbuja especulativa estalló con la crisis bursátil de 1987, la más grave desde el crac de la bolsa de Nueva York de 1929. La época del dinero fácil y la especulación terminó abruptamente.
Si bien el neoliberalismo reaganiano había controlado la expansión de la intervención gubernamental, el Estado continuó desempeñando un papel de primer orden en la economia. Aunque durante los años ochenta las tesis neoconservadoras reorientaron el orden de prioridades del gasto estatal, desde los programas sociales hacia el sector industrial-militar, y, a través de la política fiscal, disminuyeron la redistribución de la renta, el Welfare subsistió pese a ver recortadas sus dimensiones y cuestionada la filosofía política que le sustentaba. Otro tanto sucedió en Gran Bretaña con Margaret Thatcher.
Los nuevos conservadores postulaban que las ayudas sociales reproducían la marginación y la pobreza, porque destruían la iniciativa de los individuos acostumbrados a vivir de la asistencia social. El fin del optimismo de los sesenta dejó paso a un sentimiento de desconfianza hacia el futuro que alimentó la aparición y auge de las sectas protestantes fundamentalistas, a través de los telepredicadores, que clamaban por un retorno a los valores puritanos del pasado frente a la liberalización de las costumbres de los años sesenta. Ley y orden, familia, religión y moral tradicional se ofrecían como solución al incierto futuro.
El presidente Reagan encarnaba los principios y presupuestos de la revolución neoconservadora en marcha. Sin embargo, esta política no cosechó los resultados esperados, la razón fundamental estribó en la política exterior de la presidencia Reagan. Estados Unidos había sufrido en los años setenta fuertes descalabros militares y políticos con la derrota del Vietnam y la revolución iraní, que habían erosionado su posición en el mundo. Decidido a restablecer el liderazgo internacional de los Estados Unidos, el presidente Reagan se embarcó en una política de incremento de los gastos de defensa, sintetizada en su proyecto conocido como guerra de las galaxias que disparó los déficits presupuestarios.
La reducción de la inflación y el aumento continuado de los gastos de defensa permitieron la recuperación de la crisis económica de 1981-82, iniciándose una expansión que se prolongó hasta finales de su presidencia en 1988. Fueron los años del culto al dinero y del éxito fácil, la llamada época de los yuppies. Pero el crecimiento se asentaba sobre unas bases frágiles: un dólar fuerte y un crecimiento descontrolado de los déficits internos y externos, que generaron una espiral especulativa alimentada desde la Bolsa, con operaciones millonarias de enorme riesgo. Finalmente la burbuja especulativa estalló con la crisis bursátil de 1987, la más grave desde el crac de la bolsa de Nueva York de 1929. La época del dinero fácil y la especulación terminó abruptamente.
Si bien el neoliberalismo reaganiano había controlado la expansión de la intervención gubernamental, el Estado continuó desempeñando un papel de primer orden en la economia. Aunque durante los años ochenta las tesis neoconservadoras reorientaron el orden de prioridades del gasto estatal, desde los programas sociales hacia el sector industrial-militar, y, a través de la política fiscal, disminuyeron la redistribución de la renta, el Welfare subsistió pese a ver recortadas sus dimensiones y cuestionada la filosofía política que le sustentaba. Otro tanto sucedió en Gran Bretaña con Margaret Thatcher.
Hay que decir que los neoconservadores comenzaron su vida intelectual como liberales, y en general, sería visiblemente injusto considerarlos radicales de derechas o promotores de la derecha populista. Los neoconservadores comenzaron su participación política en la Coalition For A Democratic Majority, y en cierta medida estuvieron cercanos al partido demócrata hasta fines de los 70. Un ejemplo que ilustra este hecho sería el recorte de ayudas de asistencia social que hubo durante la administración demócrata de Bill Clinton (1992-2000). Actualmente, gran parte de los neoconservadores se hallan vinculados al Partido Republicano.
Las políticas neoconservadoras están aún vigentes. En la primera década del siglo XXI se ha podido apreciar en gobiernos como los de Bush, Aznar o Blair, creador de la llamada Tercera Vía, que defiende una restricción de la intervención estatal en materias sanitarias o educativas en beneficio de la iniciativa privada.
Esta ideología defiende la existencia de una democracia liberal y central, despreciando la diversidad de grupos minoritatios étnicos o lingüísticos e intentando crear una identidad nacional uniformadora.