La épica griega antigua ejemplifica bien el ciclo de la tradición oral. Se originó el el micénico tardío, sobrevivió al término de la era heroica (c. 1100 a.n.e.) y se mantuvo y retroalimentó durante al Edad Oscura para alcanzar su cénit con los poemas homéricos. Después de Homero, la actividad de los aedos (de ἀοιδός, cantor) que recitaban sus versos en los salones de la nobleza, declinó paulatinamente. En el siglo VII a.n.e. fueron los rapsodas los que declamaban los ya conocidos episodios de la Ilíada y la Odisea, marcando el ritmo del hexámetro con un bastón (de ahí el nombre de rapsoda, ῥαψῳδός, de ῥαβδός, bastón) para dar mayor énfasis al recitado. Parece probable que ya estos interpretes, esenciales en el proceso de trasmisión de la épica, usasen algún tipo de “chuleta”, pequeños textos escritos como ayuda para recordar los largos episodios.
La poesía homérica, entonces, se divulgaba mediante el recitado ante un auditorio; a veces el auditorio refinado de una corte y otras el popular de una plaza. La épica genuina no está concebida para ser leída en soledad. Esta característica es común a la épica de todos los tiempos y de todos los países, y se ha llegado a comprender mejor la epopeya homérica cuando los investigadores la han situado en el panorama general de la canción narrativa tradicional de los demás pueblos.
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Antonio Canova, Danza de los hijos de Alcínoo. Gallerie di Piazza Scala, Milán Imagen de la Fondazione Cariplo en Wikimedia. Licencia CC 3.0
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La misma
Odisea, en el canto VIII, nos da una clara idea de lo que es el canto épico. Odiseo ha llegado al país de los feacios y el rey Alcínoo, que no sabe quién es su huésped, lo agasaja y hace que comparezca su aedo Demódoco. Demódoco era ciego, pues la musa "le privó de la vista, pero le concedió el dulce canto". El aedo, en honor de Odiseo, canta un poema de tema mitológico, los amores entre Ares y Afrodita, y otro de tema muy reciente y que afecta al huésped que lo está escuchando: una disputa entre Odiseo y Aquiles ante Agamenón. Más tarde Odiseo pide a Demódoco que cante cómo Troya fue destruida gracias al ardid del caballo de madera. El aedo lo hace con unos versos que ponderan al propio Odiseo como astuto guerrero; este lo escucha con lágrimas en los ojos.
Este pasaje es muy ilustrador. Nos revela, en primer lugar, que acontecimientos muy próximos en el tiempo eran susceptibles de ser narrados en verso, como la destrucción de Troya pocos años después de haber tenido lugar. Y esto es fundamental, pues deja entrever que, al lado de temas mitológicos, en el repertorio de los aedos figuraba la narración de hechos contemporáneos y de gran interés y trascendencia. Que la realidad actual se puede convertir en canto informativo, tanto en tono de alabanza como de vituperio, se advierte en el canto VI de la
Ilíada, cuando Helena se lamenta de su suerte y teme que sus amores con Paris servirán a las generaciones venideras de "asunto para sus cantos". No hay de ello prueba alguna, pero nada puede negar la posibilidad de que, en su origen, la
Ilíada fuera una especie de crónica contemporánea de los últimos meses de la guerra de Troya, y la
Odisea un reportaje sobre las navegaciones de Odiseo.
Leemos en la actualidad los poemas homéricos divididos en 24 cantos o rapsodias cada uno. El texto de la
Ilíada pasa de los quince mil versos y el de la
Odisea de doce mil. Algunos críticos alejandrinos sostuvieron que la
Ilíada y la
Odisea habían sido escritas por diferentes autores. Otra idea, de Aristarco, fue que la
Ilíada era un poema de juventud de Homero y la
Odisea de su vejez. Esta idea, que explica muchas de las diferencias existentes entre los dos poemas, ha sido seguida por muchos helenistas modernos.
La crítica actual ha llegado a unas conclusiones que, si bien no han recibido una aceptación unánime y constantemente se ven rectificadas, parecen señalar las direcciones más verosímiles. Los estudios modernos de filología y arqueología permiten concluir que Homero fue un aedo vinculado a medios cortesanos y que compuso la
Ilíada, incluso probablemente la
Odisea. Cada vez más se tiende a considerar ambos poemas como obra de un mismo autor, aunque se siga creyendo que la
Ilíada es anterior a la
Odisea.
Es evidente que la
Ilíada, y sin duda en mayor proporción en la
Odisea, hay pasajes, incluso largos episodios, que fueron intercalados posteriormente a la redacción primitiva, como ocurre también en los cantares de gesta románicos y germánicos, pero esto no niega la existencia de un poeta único que compuso las dos grandes epopeyas del mundo griego.
Ahora bien, este poeta crea no con las miras puestas en unos lectores que se enfrascarán en la lectura de los dos poemas, sino en un auditorio que oirá recitar sus cantos o rapsodias de labios de juglares profesionales: los aedos, recitantes creadores, y los rapsodas, recitantes que repetían con bastante libertad lo compuesto por otros. Un grupo de siete u ocho cantos homéricos, recitado por varios aedos, supone una sesión que dura aproximadamente lo que una trilogía dramática. Homero, pues, parece que concibió la
Ilíada y la
Odisea como una sucesión de episodios (los cantos o rapsodias) que corre el riesgo de malograrse al unirse de la forma que hoy leemos. Compuesto un corto grupo de cantos, es posible que el mismo autor intercalara luego entre ellos nuevos con distintos episodios, y que esta labor de acumulación o relleno la verificaran luego otros poetas; y no hay que descartar la posibilidad de viejos poemas orales que pudieron utilizarse como fuentes de algunos episodios de la epopeya homérica. Lo que no es suponible es concebir a Homero trabajando como Virgilio: empezando a escribir la epopeya desde el primer verso.