Fragmento 1: el equipo se presenta.

Cuando descubrieron sus poderes únicos, decidieron unirse como el equipo invencible, capaz de librar una batalla sin igual a favor de la escritura. No era posible que el mundo siguiera viviendo en el caos comunicativo: ideas sin sentidos, párrafos desordenados, situaciones sin lógica. La catástrofe de los no-textos, ese era el reino de Vulcanus.

Las superagentes secretas: Catalina, Ana, Elisa y Daisy no eran un servicio secreto cualquiera: luchaban a favor de la escritura. Junto con Connor buscaban que todas las personas sean capaces de no caer en las garras de Vulcanus y escribir con orden, sentido y  adecuadamente.

Catalina (con sus mechas rubias) y Ana (pelo corto rosado) tenían el poder de unir ideas de una forma clara y natural. Eli (cabello azul y recogido) hacía desaparecer velozmente las repeticiones aburridas e innecesarias y Connor, el poderoso Connor, siempre tras un antifaz, lo conectaba todo. Sin olvidar a nuestra querida Daisy, siempre atenta, descubriendo y señalando a los hablantes escondidos. Nadie se le escapaba.

Elaboración propia

Fragmento 2: Vulcanus hace de las suyas.

Junto con Connor buscaban que todas las personas sean capaces de no caer en las garras de Vulcano y escribir con orden, sentido y  adecuadamente. Sin olvidar a nuestra querida Daisy, siempre atenta, descubriendo y señalando a los hablantes escondidos. Cuando descubrieron sus poderes únicos, decidieron unirse como el equipo invencible, capaz de librar una batalla sin igual a favor de la escritura. 

No era posible que el mundo siguiera viviendo en el caos comunicativo: ideas sin sentidos, párrafos desordenados, situaciones sin lógica. Nadie se le escapaba. Catalina (con sus mechas rubias) y Ana (pelo corto rosado) tenían el poder de unir ideas de una forma clara y natural.

Eli (cabello azul y recogido) hacía desaparecer velozmente las repeticiones aburridas e innecesarias y Connor, el poderoso Connor, siempre tras un antifaz, lo conectaba todo. La catástrofe de los no-textos, ese era el reino de Vulcanus. Las superagentes secretas: Catalina, Ana, Elisa y Daisy no eran un servicio secreto cualquiera: luchaban a favor de la escritura. 

Elaboración propia

Fragmento 3: de nuevo Vulcanus.

Cuando descubrieron sus poderes únicos, decidieron unirse como el equipo invencible, capaz de librar una batalla sin igual a favor de la escritura. No era posible que el mundo siguiera viviendo en el caos comunicativo: ideas sin sentidos, párrafos desordenados, situaciones sin lógica. La catástrofe de los no-textos, ese era el reino de Vulcanus.

Las superagentes secretas: Catalina, Ana, Elisa y Daisy se fueron de fiesta porque la diversión es un aspecto muy importante para la salud. Se trata de divertirse sin parar y de hacer nuevos amigos.

Por supuesto que Catalina (con sus mechas rubias) y Ana (pelo corto rosado) aman la moda. Eli (cabello azul y recogido) prefiere un estilo retro y Connor visto sobre todo informalmente. Sin olvidar a nuestra querida Daisy que pasa de la ropa y estar al día. Ama los libros.

Elaboración propia

La metamorfosis de Frank Kafka

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

"¿Qué me ha ocurrido?", pensó. [...]

Tirar el cobertor era muy sencillo, sólo necesitaba inflarse un poco y caería por sí solo, pero el resto sería difícil, especialmente porque él era muy ancho. Hubiera necesitado brazos y manos para incorporarse, pero en su lugar tenía muchas patitas que, sin interrupción, se hallaban en el más dispar de los movimientos y que, además, no podía dominar. Si quería doblar alguna de ellas, entonces era la primera la que se estiraba, y si por fin lograba realizar con esta pata lo que quería, entonces todas las demás se movían, como liberadas, con una agitación grande y dolorosa.

El miedo no existe

Cuando Eloy se despertó un amanecer después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en lo que parecía ser un monstruo. Una cola larga que asomaba por el borde del hundido colchón lo preocupó, pues no sabía qué estaba pasando. Por otro lado, su respiración era algo fuerte, y desprendía un hilo de humo blanco por lo que parecía ser su hocico.

No era un sueño. Estaba en su habitación, iluminada únicamente por los huecos de la persiana de la ventana. La luz era escasa, pero consiguió distinguir la textura de unas escamas que le recorrían lo que parecían ser sus patas, algo grandes y como si de un reptil se tratase.

Decidió levantarse, pues necesitaba aproximarse al espejo de su habitación para ver qué diablos le había pasado. Así que se levantó, algo torpe y brusco, pero logró mantenerse en pie y a dos patas. Caminó hasta dicho espejo y observó detenidamente, tratando de mantener la calma…

El haz de luz que entraba de la ventana iluminó su cabeza, y pudo mirarse a los ojos. Eran verdes, grandes y redondos. También se fijó en sus alas, las cuales usó para salir silenciosamente por la ventana.

Y echó a volar. Escapó de esas cuatro paredes tan aburridas que ya estaba harto de ver y se sumergió en el más bonito de los cielos. Ese día pudo observar las frágiles y absorbentes nubes que tanto tiempo había admirado. La luz del amanecer lo cegaba, pero no le importó ni lo más mínimo, porque se sentía libre. 

Subió y subió a toda velocidad hasta un punto alto del cielo para dejarse caer, pues no tenía miedo a cómo aterrizar. 

Y es que la vida consiste en eso, nos privamos de nosotros mismos, nos privamos de nuestra esencia y no nos atrevemos a salir por la ventana y echar a volar. Puedes ser libre en sociedad, pero no en tu cabeza. Puedes disfrutar del dinero y de bienes materiales, pero no puedes disfrutar de todo eso si no disfrutas antes de tu libertad. 

Y aunque el cielo esté lleno de nubes, te prometo que no están ahí cuando subes. Sólo tienes que volar sin miedo a cómo aterrizar.

El cielo nunca cambiará.

Irene Aguilera