6. Destino, muerte y trascendencia
![]() |
Imagen de Shuishouyue en Wikimedia de dominio público |
La visión de la realidad humana entraña una determinada concepción sobre el destino que aguarda a la existencia humana y la posibilidad de su trascendencia.
Los intentos de una justificación racional de la inmortalidad del alma humana y la recompensa de una vida espiritual eterna han sido diversos a lo largo de la Historia de la filosofía, así Platón en el contexto de la filosofía griega o Tomás de Aquino en el de la filosofía cristiana medieval. Las ideas de destino y trascendencia se conjugan en el pensamiento cristiano con la noción de un Dios creador, protector del destino de la humanidad, que ofrece la posibilidad de una vida eterna ultramundana en compensación por una vida virtuosa.Con el paso del tiempo, prevalecerán posiciones que niegan desde planteamientos empíricos el supuesto de una vida tras la muerte o que enmarcan dicha suposición en el marco exclusivo de la fe.
Otro de los aspectos relacionados con el supuesto de la inmortalidad es el del valor concedido a la vida por sí misma o como puente hacia la trascendencia, cabiendo también a este respecto posiciones diversas que apuestan por modelos inmanentes, trascendentes o posiciones complementarias.
Uno de los planteamientos de referencia a este respecto es el del filósofo Immanuel Kant: para él cabría una fe racional respecto a la existencia de Dios, la libertad y la inmortalidad, aunque no una certeza empírica o una evidencia científica. Siendo supuestos cuyo comprobación científica no resulta posible, son postulados que condicionan una moral universal: la experiencia de la libertad para actuar moralmente, la creencia en un progreso moral hacia una perfección que no sería posible en esta vida y la confianza en que la virtud sería finalmente recompensada en un mundo moral ideal, algo que solo Dios podría garantizar.
Importante
Dentro de la Historia de la filosofía ha habido distintos intentos para probar la existencia de un alma humana inmortal y la vinculación entre el destino del alma y la vida virtuosa, así Platón en el contexto de la filosofía griega o Tomás de Aquino en el de la filosofía cristiana medieval. Otros planteamientos niegan tal posibilidad o circunscriben dicha concepción al ámbito exclusivo de la fe, en consonancia con la imposibilidad de un respaldo científico. Kant sostiene la posibilidad de una fe racional en la inmortalidad del alma, ya que la existencia de un alma libre e inmortal serían para él postulados requeridos para la moralidad.
Comprueba lo aprendido
Retroalimentación
Verdadero
Efectivamente, para Kant no cabe una demostración científica de este supuesto, pero entiende que desde la experiencia de la moralidad resulta razonable mantener la confianza en que la vida virtuosa plena sería algún día alcanzada (algo solo posible en una vida posterior) y que finalmente la virtud será compensada con la dicha, algo que no ocurre necesariamente en esta vida.
Para saber más
Una de las referencias del existencialismo es la filosofía del pensador alemán Martin Heidegger. Uno de los conceptos más influyentes fue el de ser-para- la muerte, una noción desarrollada en su obra Ser y tiempo. A ello le dedica el argentino José Pablo Feinmann este capítulo de la serie Filosofía aquí y ahora.
Vídeo de COMPLEXUS en Youtube
Actividad de lectura
![]() |
Recurso propio |
Y entonces Lázaro, mi hermano, tan pálido y tan tembloroso como don Manuel cuando le dio la comunión, me hizo sentarme en el sillón mismo donde solía sentarse nuestra madre, tomó huelgo, y luego, como en íntima confesión doméstica y familiar, me dijo:
-Mira, Angelita, ha llegado la hora de decirte la verdad, toda la verdad, y te la voy a decir, porque debo decírtela, porque a ti no puedo, no debo callártela y porque además habrías de adivinarla y a medias, que es lo peor, más tarde o más temprano.
Y entones, serena y tranquilamente, a media voz, me contó una historia que me sumergió en un lago de tristeza. Cómo don Manuel le había venido trabajando, sobre todo en aquellos paseos a las ruinas de la vieja abadía cisterciense, para que no escandalizase, para que diese buen ejemplo, para que se incorporase a la vida religiosa del pueblo, para que fingiese creer si no creía, para que ocultase sus ideas al respecto, mas sin intentar siquiera catequizarle, convertirle de otra manera. (...)
-Entonces -prosiguió mi hermano- comprendí sus móviles, y con esto comprendí su santidad (...). Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: "Pero, don Manuel, la verdad, la verdad ante todo", él, temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en el campo-: "¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella". "¿Y por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?", le dije. Y él: "Porque si no, me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan . Y esto hace la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacer vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en canto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío".